Haber sido madre siendo niña, cuando todavía giraba hasta no poder enfocar los ojos, y caía sin equilibrio en el pasto, mullido y frío, mientras el sol en la cara me devolvía el control de mi cuerpo, tirada en el jardín, de donde sacaba hojas y flores para rehogar en agua de la pileta y convidar manjares llenos de ingredientes imaginarios como la tierra que espolvoreaba última. Masticar polvo y girar eternamente a la par de los hijos hasta convertirme en la madre y así alimentar con sabores secretos; girar para siempre y comer tierra hasta volverme niña y así nunca dejar de besar a la madre.

A.