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ROJOTIERRA

son los pasos de mujer cuando la sangre baja a los pies y se hace amor de las raíces por el agua

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hijos

7

Me levanto. Tardo en saber dónde estoy. Las cosas cambiadas de lugar. Están todas. Es como si alguien las hubiera movido y vuelto a acomodar. – Mamá – ¿es mi voz o la de mis hijos? No puedo moverme. Siento el cuerpo duro y frágil, como de vidrio, no logra sostener la cabeza y se rompe si me muevo bruscamente. Suavidad y quietud. Hoy no me despertaron las manos diminutas con sus caricias. ¿Dónde están? Desde el piso suben flechas heladas, con cada paso rompen el hueso cristal. Lentitud. Mi pecho lleno de leche fría y agria que nadie bebió. Voces lejanas se acercan hasta que salen de adentro. Madre, mamita, no sé ni cómo llamarla. Madrecita, carne blanda y suave con olor a rosas y calor dónde enterrar mis huesos rotos, ¿dónde estás?  

 

6/10

Te alzo hijito, sí. Esclava de tus ojos vidriosos. Se acumulan las preguntas en el lugar de lo indecible. No hay palabras que habiten tan hondo. Te alzo, sí, ama de tu llanto. Camino. Mezco. Canto. Goteo. Blanco, rojo, invisible. Sangro. Brotan delicias a mi paso que habitan en la distancia innombrable entre nuestras pieles. Jardines a mis pies, que no llego a ver. Ando y la tierra me chupa humedades. Ando y tus lágrimas secan. Todo sea por las flores, dicen, por los colores que ves sobre mi hombro. Llego al árbol que guarda el cofre en sus raíces. Soy la madre que se entierra y la hija que se pare a sí misma. Te acuno, hijita, de nuevo. Que tanto andar el camino al árbol quizás no muera la próxima y en cambio encuentre un tesoro. O de tanto caminar pueda marcar un cauce y el río al fin fluya.

 

 

4/10

1/7. Barro. Sangre. Raíces. Luna. Una figura velada por su propia niebla va regando el pantano con babas rojas. Suspiros incompletos. Telas ondulan sin viento. Gris, carmín es el ocaso donde se prolonga la pena. Ni siquiera un ritmo se oye. Ni un silencio, siquiera.

4/7. Que el silencio me traiga una palabra. Que la tortilla no se queme. A guardar los autos. El que pega se va afuera. Cómo cierro esta historia. Sí, toco la guitarra. Sí, hago una leche. El que muerde sale. Hagamos un paseo. La que escribe queda. Quiero un final. Quién toma agua. El amor por los hijos huele a cebolla en las manos. Dónde estás ocaso. Sí, cómanse mis manos que mi corazón ya lo tienen. Necesito un final. Que no sea sólo juntar frases tiradas y rotas por toda la casa para acabar tipeando con la cara.

 

despacio

duermen

La noche respira, sopla

extática a mi oído.

Con los hijos dormidos, en su cueva

la serpiente; quieto el paraíso.

Sumerjo los platos en un baño de espuma.

Rebalsa. La grasa, mi cintura,

se disuelve en detergente.

Piso el charco que brotó de un suspiro.

Ahora seco

con mi ropa, ya en el piso.

Le sonrío,

apretando los dientes mientras me toma por la espalda y

aliviada

se lo digo.

Bienvenida soledad.

A.

círculo 

Qué se yo por qué renazco. Puede ser por la estación o por el sol que insiste en volver cada día. Hay algo en los ojos de los hijos a la mañana, que traen sabiduría de las estrellas. Hay un comienzo en cada inspiración, al sacar la basura, y especialmente cuando lustro la pava. Algo nuevo empieza. Como cuando paso a usar los libros como bloques y los ordeno por color y tamaño, ya no por autor o tema. Paso un trapo al estante y me vuelvo a encontrar con una carta que ya había vuelto a esconder, y vuelvo a no leer porque sé dónde me vuelve a llevar. Está escrita con mi letra. ¿Cuantas veces estuve en ese lugar? Tantas como las muertes necesarias y los sorprendentes nacimientos que cuento. Ya morí cuando nací – le conté a mi madre cuando pude hablar. Ya morí en la ultima espiración. Ahora solo siento el dolor de los huesos brotando en la tierra, o quizás sea el vacío hasta la próxima inhalación o una flor naciéndome del polvo acumulado en cada ángulo. Así que cuándo renazca, que se yo. Lo sabré cuando mi cuerpo, mi casa, la mugre, los libros, la luna, o el peso del día en los ojos de los hijos me pidan volver a morir. O a dormir. O poner un lavarropas. O un suspiro.

A.

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Me siento dulce a sus oídos, así que espero conmoverlo. Contarle que como la Tierra tiene jardines en la superficie, así mismo me vería un hijo desde adentro. Animarlo a que respire de mi paraíso y siembre campos enteros, para al fin caer rendido bajo los arboles que hago crecer para su descanso. Espero que me mire cuando le muestre una foto de mi útero por dentro, y finalmente yacer juntos escuchando el viento que lleva las semillas, en silencio.

A.

hoy

Chupar la sabia del presente
Ser madre
Habitar la selva
Ser néctar de todos los días
Ser madreselva

A.

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