Me levanto. Tardo en saber dónde estoy. Las cosas cambiadas de lugar. Están todas. Es como si alguien las hubiera movido y vuelto a acomodar. – Mamá – ¿es mi voz o la de mis hijos? No puedo moverme. Siento el cuerpo duro y frágil, como de vidrio, no logra sostener la cabeza y se rompe si me muevo bruscamente. Suavidad y quietud. Hoy no me despertaron las manos diminutas con sus caricias. ¿Dónde están? Desde el piso suben flechas heladas, con cada paso rompen el hueso cristal. Lentitud. Mi pecho lleno de leche fría y agria que nadie bebió. Voces lejanas se acercan hasta que salen de adentro. Madre, mamita, no sé ni cómo llamarla. Madrecita, carne blanda y suave con olor a rosas y calor dónde enterrar mis huesos rotos, ¿dónde estás?